
Aún no sabemos si hemos vuelto de las antípodas o de los confines de la Vía Láctea. El trayecto Hobart (capital de Tasmania)- Sevilla nos ocupó 96 horas y juro que no volvimos andando. Después de cruzar el estrecho de Bass (ver Google Maps) y recomponernos en el aeropuerto de Melbourne viajamos a Hong Kong donde apenas tuvimos tiempo de sorber unos cafés --casi de madrugada-- en uno de los omnipresentes Starbucks (ya han colonizado Asia, sospecho). Desde allí nos lanzamos a un viaje cósmico en el que cruzamos la cordillera del Himalaya, el desierto del Gobi, las estepas de Siberia, los Urales y el Báltico, para aterrizar, en mitad de un bonito temporal de nieve, en el aeropuerto londinense de Heathrow.
Y allí, en la dulce Europa (eso pensábamos nosotros), llegó lo peor. Nuestro vuelo fue cancelado y junto a centenares de viajeros nos vimos atrapados en un torbellino de nieve, desinformación, hambre, cansancio y desesperación. Poco, muy poco, faltó para pasar la Nochebuena en tierras británicas, vestidos de expedicionarios y con una lustrosa capa de mugre viajera.
Benditos móviles y benditos amigos (Manuel, eres grande, te debo una de ortiguillas en el sur).
Gracias a nuestros ángeles de la guarda en Sevilla, a los que tuvimos en vilo en mitad de sus compras navideñas.
Gracias a la gente de Iberia que nos sacó, como pudo, del entuerto.
Gracias al comandante del vuelo Madrid-Sevilla, que nos hizo reir cuando ya no nos quedaban fuerzas ni para reirnos.
Y allí, en la dulce Europa (eso pensábamos nosotros), llegó lo peor. Nuestro vuelo fue cancelado y junto a centenares de viajeros nos vimos atrapados en un torbellino de nieve, desinformación, hambre, cansancio y desesperación. Poco, muy poco, faltó para pasar la Nochebuena en tierras británicas, vestidos de expedicionarios y con una lustrosa capa de mugre viajera.
Benditos móviles y benditos amigos (Manuel, eres grande, te debo una de ortiguillas en el sur).
Gracias a nuestros ángeles de la guarda en Sevilla, a los que tuvimos en vilo en mitad de sus compras navideñas.
Gracias a la gente de Iberia que nos sacó, como pudo, del entuerto.
Gracias al comandante del vuelo Madrid-Sevilla, que nos hizo reir cuando ya no nos quedaban fuerzas ni para reirnos.
Gracias a los que fueron generosos en mitad del desconcierto. Cuando un grupo funciona de manera solidaria los problemas se hacen pequeños, muy pequeños... y la sonrisa no desaparece.
Ahora solo falta... que aparezcan las maletas...
Seguiremos informando...
Anotación a 7 de enero: las maletas fueron llegando poco a poco, y la rutina (bendita rutina) también. Ahora sólo queda (¿sólo?) contar esta historia en imágenes...