
Hoy, treinta cinco años más tarde, estoy en las antípodas para estudiar con unos colegas australianos las rocas más antiguas del planeta y más concretamente para buscar los restos más antiguos de la vida sobre la Tierra. Es un viaje apasionante por remotos lugares del desierto de Australia occidental. En ese inmenso secarral despoblado que sólo los aborígenes saben amar, se encuentran las rocas más antiguas que existen sobre la superficie terrestre, rocas que datan de hace más de 3.800 millones de años, y que ocultan todo lo que podemos llegar a conocer sobre nuestros orígenes más arcaicos. Pero antes de tostarnos estudiándolas, bucearemos en la Bahía de los Tiburones entre estromatolitos modernos, unas estructuras minerales que las algas se encargan de construir apilando granos de carbonato en finas capas corrugadas. Precisamente esas estructuras están en la raíz del problema que vamos a estudiar: ¿cuándo aparece la vida sobre la Tierra?. Si mis colegas Malcolm Walter, director del Centro de Astrobiología de Australia y Martin van Kranendonk, del Servicio Geológico Australiano, tienen razón, existen estructuras estromatolíticas en las rocas arcaicas del occidente australiano. Otro colega expedicionario, Stephen Hyde, matemático de la Universidad Nacional de Australia, y yo mismo, no estamos tan seguros de ello, es decir pensamos que esas estructuras con formas arriñonadas se pueden explicar sin necesidad de meter a la vida por medio. Stephen ya me acompañó en una batalla similar cuando demostramos que lo que todos daban por ser los fósiles más antiguos del planeta, podían ser fabricados en el laboratorio sin el concurso de la vida y en el mismo ambiente que formó las rocas que los contenían. Los estromatolitos son un problema más duro de roer porque aún no tenemos pruebas experimentales de cómo se pueden formar sin la contribución de la vida. Puede que no haya tales pruebas y que Malcolm y Martin tengan razón. Pero a Stephen y a mí nos toca buscarlas, es decir echarle imaginación. Así que allá vamos, sabiendo que alguien se equivoca y alguien se acerca más a la interpretación correcta de los primeros pasos de la vida en este planeta. Para qué les voy a mentir, me encantaría llevar razón, pero eso no me impedirá disfrutar del placer de conocer la verdad y, si llega el caso, aceptarla.

En este blog os vamos a contar, con la ayuda de las siempre sorprendentes fotos de Chiqui, nuestras peripecias por este continente hasta que después los artistas de Canal Sur (the movie people, que le decimos por aquí) os lo cuenten, como ellos saben hacer, en un documental. Yo pienso llegar, por lo menos, hasta Shark Bay. Más allá no estoy tan seguro porque en el guión de Charlie y Montero dice que, para darle emoción al documental, ahí, en la Bahía de los Tiburones, es donde me ataca un cocodrilo de aguas saladas. Yo preferiría que me atacara un tiburón porque va mejor con el nombre de la bahía y además porque Arturo me ha enseñado una técnica de defensa -que él ha aprendido no sé donde- que consiste en que, tal como te viene el tiburón, le endiñas un puñetazo en el morro o mejor en las agallas. Me estoy entrenando porque, claro, si el tiburón es más rápido te come el brazo y de ahí todos los mancos y cojos que hay por estos lugares, como cuenta Montero en otra entrada de este blog. Y si fallas, además de quedarte sin brazo, el tiburón se cabrea y la cosa se pone más difícil. Bueno ya veremos lo que pasa. Os lo contaremos.
Pero quiero terminar pensando en negro sobre blanco que, como habéis visto, un mal profesor no marca a los estudiantes, no los desanima y pasa por sus vidas dejando tan sólo, si acaso, un triste recuerdo, como el que yo les acabo de relatar. Pero un buen profesor, ése, ésa, marca para siempre y son los que hacen hombres y mujeres de verdad. A esos, a los buenos profesores, hay que cuidarlos como oro en paño.
Juan Manuel García Ruiz

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Foto 1: Singapur, © Héctor Garrido
Foto 2: Gran Desierto de Arena, Australia, © Héctor Garrido
Foto 3: Gran Desierto de Arena, Australia, © Héctor Garrido
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