"PLANETA AUSTRALIA: LOS ARCHIVOS DE LA TIERRA" (EL DOCUMENTAL: CAPITULO 1)

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lunes, 20 de abril de 2009

CUESTIÓN DE EPIDERMIS


Ayer viajamos hasta Paluma, a unos 100 kilómetros de Townsville, para descubir cómo el eucalipto, en su territorio nativo, compone bosques hermosísimos y llenos de vida. Betsy Jackes, botánica de la Universidad James Cook, nos explicó cómo el eucalipto rosado (Eucalyptus grandis) puede llegar a alcanzar los 80 metros de altura y cómo su corteza se va desprendiendo de forma regular, amontonándose, ya seca, en los pies de estos árboles majestuosos. Esa epidermis, la que aparece en la foto, es tremendamente inflamable y constituye uno de los combustibles más peligrosos en los temidos incendios australianos.

Las altas temperaturas que pueden llegar a alcanzarse en un incendio forestal son las que, en primera instancia, causan graves daños a la vegetación y alteran la composición física y química del terreno. En uno de estos siniestros pueden llegar a superarse fácilmente los 600 grados centígrados, cuando bastan 70-75 ºC para que, en treinta segundos, mueran las células de la materia vegetal, y por encima de los 450 ºC comience la combustión de la materia orgánica que enriquece los suelos.
La vegetación autóctona de todas las zonas de clima mediterráneo está, sin embargo, adaptada a esta acción devastadora del fuego. Es lo que se denomina pirofitismo, que puede ser activo o pasivo, un mecanismo natural que le permite sobrevivir a los incendios o volver a colonizar fácilmente las zonas quemadas.
En Andalucía el ejemplo más representativo de pirofitismo pasivo es el desarrollado por el alcornoque, recubierto de una corteza protectora (corcho) poco combustible. En este caso la epidermis no se pone del lado de las llamas. Este tipo de árboles rebrotan con facilidad por la copa y en pocos años pueden recobrar su aspecto original.
Más complejo es el pirofitismo activo. Las plantas que han evolucionado siguiendo este mecanismo de adaptación se activan fisiológicamente una vez que han sido consumidas por el fuego o bien han acomodado su ciclo vital a los incendios. Entre las primeras se encuentra la jara, cuyas semillas resisten bien el fuego, las altas temperaturas y la luminosidad, germinando una vez que se ha extinguido el siniestro. Los brezos y acebuches, que pertenecen al segundo grupo de las pirófitas activas, mantienen sus yemas, raíces y brotes de crecimiento indemnes, ya que están bajo el suelo, por lo no encuentran muchas dificultades para recuperar su actividad.
José María Montero "Monti"

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